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Mostrando entradas de noviembre, 2009

No había emigrantes, sino exiliados

Durante el franquismo, e incluso durante muchos años después, algunas canciones y estilos musicales podían resultar insoportables porque el régimen las había utilizado de tal forma que acabaron asociándose con la misma dictadura. El tiempo ha permitido que escuchemos con otro interés y también que los artistas hayan podido explicar ciertas cosas que entonces no podían ni decirse ni publicarse. Juanito Valderrama escribió  El emigrante  pensando en los exiliados españoles en Tánger y, sin embargo, el mismo dictador llegó a considerarla una canción "patriótica".    En este enlace del diario digital elmundo.es encontraréis un fragmento del libro Juanito Valderrama: mi España querida”, de Antonio Burgos, donde el artista relata su encuentro con Franco y la historia del nacimiento de la canción. Vale la pena leerlo, para acabar de limpiar prejuicios, si es que quedan algunos.   Dejo aquí unas líneas.  Y allí a Tánger, buscando esta libertad y esta prosperidad, se fueron muchos es

Combustión espontánea

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  Las iglesias se quemaron solas, casi todas ellas en 1936. Combustión espontánea. No hay más que leer lo que nos dicen las enciclopedias, los folletos turísticos, las informaciones históricas. Debió ser un extraño suceso, una increible casualidad ya que en ningún lugar se explican las causas. Quizás una ausencia de Dios o un disgusto que tuvo. No sé. Pero es muy extraño.   Por ejemplo, en la Enciclopèdia Catalana  sobre la ermita de Sant Salvador en Margalef: Dins una enorme espluga al vessant septentrional de la serra de Montsant hi ha l’ermita de Sant Salvador de Margalef, construïda al segle XVI. És un edifici refet després de l’incendi del 1936, amb una nau i cor. Al costat té la casa de l’ermità, arruïnada, i una font. El seu entorn ha estat arranjat com a àrea d’esplai . Otro fragmento de la misma Enciclopèdia Catalana :  Al poble hi ha alguna casa modernista i altres amb dovelles, però l’edificació més notable és l’església de Sant Miquel, arrapada a la roca, n

La cabina

No es posible hablar del cine español de la segunda mitad del siglo XX sin que esté presente el hombre normal, el españolito medio que encarnó tantas veces José Luís López Vázquez.  En películas corales, como Plácido o La gran familia , aportaba un registro personalísimo que elevaba el tono de la producción. Pero también algunos papeles protagonistas han quedado fijados en la memoria de quienes disfrutaron con el cine de la época. Y, entre todos,  La cabina es un referente inigualable. Su estreno televisivo produjo las más variadas reacciones y llevó a interpretaciones y comentarios de todo tipo. Es un ejemplo modélico de obra abierta que llega a ser popular, que supera los famosos títulos reservados a la intelectualidad para llegar a todos los públicos. Lo insólito de la situación narrada no deja de perturbar ni resulta artificial. Muy al contrario, el espectador vive la angustia del protagonista en primera persona. Y este es su don eterno, cada espectador vive en el interior de la

Quizás

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A todos los caídos en una guera que no debío ser nunca. 1936-1939 Esta es la placa que puede verse en la fachada de la iglesia de Margalef. Seguro que no es una solución que contente a todos. Ni siquiera dice toda la verdad, pues desvía la atención de tantos crímenes dirigiéndola hacia los campos de batalla ¿Quiénes son los caídos? ¿Dónde se nombra a los ajusticiados en montes, patios o cementerios? ¿Por qué se iguala a quienes comenzaron la guerra, y esperaban sacar partido de su victoria, con las víctimas de los bombardeos de las ciudades? Tampoco nos habla de los crímenes de la posguerra, ni de los maquis que abundaron en esos contornos, ni del exilio y la dictadura, ni de tantas otras cosas. Quizás sea una mentira como tantas otras, un recurso, un acuerdo para poder sustituir la antigua placa , el terrible homenaje con que se gratificaron los vencedores, por otra que, al menos, diga también que hubo otros muertos. Quizás hiera a alguien, pero no creo que fuese colocad

Con los muertos

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  Un esquiador grabado en una lápida, presidiendo la entrada a un cementerio. Extraña aparición. Y aún hay más. Algunas  losas se labraron dándoles formas de montañas. En otras, piolets y cuerdas decoran las superficies junto con los retratos de los fallecidos, sus nombres, las fechas inolvidables que los sitúan en la memoria: nació y murió, luego vivió, fue humano aunque, a veces, por poco tiempo.       Cementerios. Creencias esenciales, ritos, religión, familia, poder... Allí está escrito. En los lechos de la muerte sintetizamos para la posteridad cuestiones fundamentales de la vida, aquello que nos hizo ser, sentir... Y también la forma en que nuestros familiares, quienes preparan el espacio que ocuparemos por siempre, desean mostrarnos y mostrarse ante los demás. Paseando por los cementerios nos encontramos con nosotros mismos, con los trazos de la comunidad compartida, y con quienes mandaron construir eternos lechos para mayor gloria de vivos y muertos.  Es el cemente